DESCONCERTADO
Víctor Manuel Guiu
Aguilar (colaboración Revista Crisis)
Desde el más estúpido desconcierto que reina en los
antiguos reinos, hoy pasajeros, de nuestro viaje. Donde se abren vanos
desconchados. Donde el adoctrinador adoctrina. Y piensa que su doctrina es la
verdadera. Al pie del dogma, como un dominico envuelto en paño blanco o en
trapo de colores. Desconcierta, encerrado el dogma en urnas llenas de
servilletas usadas, palillos y colillas de cigarros aún encendidas.
Y es que el hombre
llano suele construirse con trazos gruesos. Trazos amparados por la imaginación
de los intereses de otros. Y cuando remata el tejado del trazo, buscamos al
otro como una razón suprema que nos proteja de nuestra más absoluta anomia.
Como si nosotros, por ser, no fuéramos responsables de nuestras propias
derrotas. Pero es mucho mejor imaginar que nos roban, imaginar que una
conspiración nos atrapa en sus redes, imaginar que la más nimia vacuna nos hará
más mal que bien. O aquella izquierda que fue concierto y que hoy se ha vuelto
budista y bebe la medicina en vasos de agua con azúcar. Me desconcierto.
Avergonzados por no saber nos entregamos al despropósito
de dejarnos aleccionar, de sobrepasar nuestro yo por las nuevas ideas de las
nuevas religiones. La religión y el opio es un pensamiento único,
desconcertante, amparado por miles de “followers” y “me gustan” de gente que
siempre piensa lo mismo que nosotros. El otro es el que no piensa como yo. Y es
facha, racista y dogmático, pues huye de mi dogma construido en catequesis
suprema de la nueva horda que cada día construyo: la corrección. Una corrección
que va y viene, según el aire, el tiempo o la tronada.
Aquellos que no querían doctrina pues, adoctrinan hoy con
sus banderas hechas girones de verdad. Y el eterno retorno funciona como nunca.
“He modelado una
bandera
que como todas es
para quemar.
En colores negro y
rojo sangre
por el placer de
crear”
Eso cantaban Loquillo y Trogloditas cuando enarbolaban (benditas
incoherencias) la bandera pirata.
Tu despropósito no es el mío, pero seguro que crece igual
de equivocado.
Un concierto puede desconcertar, pero no es baladí. O
esperar que todo pase. Igual de inútil. Igual de incertidumbre. Pero sólo tú
tienes la verdad, no él.
¿Seré yo el que te desconcierte?
Ni yo ni él, ni tú. Será el que reconduzca caminos
olvidados, donde el camino acaba… y el tonto sigue.
Aún así somos camino. Y tu camino son cruces. Son cruces
sin retorno. Plagados por cruces de irreal oportunismo.
Después de todo, a cada cerdo nunca le llega su San
Martín.
Ilusos navegando sobre las torpes narrativas actuales,
donde a todos nos buscan un porqué, desconcertados.
Xenófobos vestidos de libertad pero anclados en sus rejas
de cuatro barras. Xenófobos de grito y verdad absoluta.
Me desconcierto.
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