El otro día se me mosqueó un fulano porque, creyéndome tan rojo, no entendía esa obsesión mía con los gilis y los progres de odio de salón.
Elemental, querido X. Yo, que aguantar aguanto mi vela, bastante tengo con lo que veo, siento y padezco en lo relativo a la derecha.
De ella pues, poco o nada espero. Pero, tan iluso como soy, de cuando en cuando, espero algo más de esa izquierda que nos dice representar y que, desgraciadamente, tan poco me representa últimamente.
Y con esto enlazo con otra conversación, la que tenía con un buen amigo de derechas que, no hace mucho, me contaba con pena la rabia y el asco que sentía por cómo se desarrollaban los acontecimientos en "sus" partidos de derechas: rancios, zafios y con una estructura mafiosa de décadas que hace temblar el misterio. "Y sin embargo les votas", contesté yo. "Elemental, querido Víctor", contestó él.
Así pues uno se replantea una y otra vez qué estrategia seguir, qué camino medio, extremo o volante seguir para continuar viviendo con más pena que gloria pero sujeto a los paradigmas que nos convierten en nosotros.
Porque la giliprogresía reinante hace que una y otra vez me toquen los huevos con demasiada dureza. Y esto parte, como ya comentábamos en mestizo.blogia, de que un español es más español que ideólogo por el mero hecho de nacer (y aquí incluyo a los ibéricos varios desde Ampurias al Alentejo). Es decir, el odio está, siempre, por encima de la razón, del pensamiento, de la libertad. El odio nos mueve y nos encorseta.
Así pues, el ideólogo progresista que nunca ha salido del barrio de la Magdalena de Zaragoza, de la facultad de políticas de Madrid, etc, etc... lleva tantos años realimentándose en su odio, tantos años oyendo las virtudes y gracias de lo que ellos piensan en sus garitos y asambleas que difícilmente podrá situarse en la órbita del otro, del contrario. Y así crecen como moscas los decálogos, lo políticamente correcto, los axiomas que dicen qué eres y qué no eres. Ojo, aquí es conveniente no mezclar. Quiero decir, no mezclar lo que ellos consideran absoluto.
Y con sus dogmas de fé, desde la antitauromaquia, pasando por las nuevas pedagogías modernas, el odio al paisano pueblerino, etc... construyen sus mil falacias, que crecen como la espuma y que yo, tan a gusto como estoy con mis contradicciones, me bebo de un trago antes que mandarlos directamente a tomar por el culo.