viernes, 13 de julio de 2018

Víctor Guiu en el número de Librújula de Julio-Agosto





Desde la atalaya que asoman a dos latoneros en la ribera del Martín, donde todos te conocen para bien y para mal, uno piensa escribir el infinito.

Pero el infinito se acaba entre un pino centenario y la carretera que va a La Puebla. Y con 40 años que te citen te gusta. Porque uno se hace maduro como los alberges y no le amargan para nada los dulces, aunque sea diabético de los de pinchar.

Enrique Villagrasa siempre se acuerda de algún paisano cuando ríe o llora. Y en el número de verano de la revista Librújula aparece Víctor Guiu como si nada.

La poesía del humor arranca por peteneras en este número. Y no es que uno sea menos poeta por reírse de su alrededor y de sí mismo. Recuerdo un poeta de estos cansinos que no se aguanta ni él cuando a unos cuantos poetas pringaus nos citaba con desprecio por reunirnos para hacer de las nuestras. Tanto giro de teoría lingüística le nubla la razón a muchos, que creen que tienen que escribir la poesía más intelectual del mundo. Pero es que no se aguantan ni ellos.

Por eso es importante que el humor campe por sus derechos. Porque en un mundo en el que todos nos reímos de todo pero cada día hay menos sentido del humor, la poesía, como las clases de Historia, deben dar un vuelco para reirnos hasta de la madre que nos parió.

Y dicho esto, que no sé ni lo que quiere decir, porque soy poeta ajeno a las metáforas clásicas y trascendentales, me quedó con una lata de cerveza, esperando un aire que refresque, mientras los versos enjaulados describen días y noches que aletargan hasta a los fardachos.

Compren la revista (preferiblemente) o no, allí quedan los nombres de los paisanos que pasarán con más pena que gloria por estas estrofas de la modernidad que se van tan pronto al cielo como la mota que no encuentra ni a su padre.


#lasociedaddelboli
#victorguiu
#laeuropadelaborigen

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